Alrededor de las 6 o 7 de la tarde, por mi ventana [y por las de tantos ustedes (oh sí, lectores, hago referencia directa a su existencia)] abre su paso un haz de luz solar. De esa que en el cielo se empieza a ver rosa o anaranjada, ya dentro del ambiente de mi habitación se ve extrañamente amarillenta.
Este haz [aunque en realidad son varios] divide. Se convierte en un tajo lumínico con cierto espesor. Así que mi pieza termina por ser un gruyere en el que luz=agujero. Una celda moteada o un troquelado tridimensional.
Pero el punto no es ese, no señores. El punto es que cuando esto se da, casualmente mi mente entra en un estado de soñolencia. Así, las partículas de polvo que suelen andar dando vueltas por el aire se cruzan en el camino de la luz, quedando expuestas por menos de un segundo cada una. Mi condición de zombie hace que entienda a las partículas como diminutas hadas que brillan miedosas por poco tiempo. O tal vez la relación causa-efecto sea invertida.
De cualquier forma, si pudiera no estar tan dormida o tener anteojos a mano, podría averiguar si las hadas sonríen o si tienen boca.
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