Digamos que hay una pluma. Está en el aire, flotando. Tiene frío y está sola. Entonces te acercás y la ves temblar, porque está aterrada, no sabe cuánto tiempo hace que está así, no entiende de minutos o días. Y la soplás. Porque tenés ganas de jugar mezcladas con malicia. Tu propio aliento la lleva lejos tuyo. Casi como venganza te acercás para seguir solplándola. Pero ella te siente y se aleja porque vos exhalás. Y ahora no se quiere alejar aunque cada vez se aleje más, porque tu aliento es tibio y húmedo, y ahora ella te ama. Estirás el brazo, como bien pudiste hacer antes, para encerrarla en tu puño. Ya no hay viento, toca tu piel. La tenés. La guardás en tu bolsillo y nunca te ponés el mismo saco.
¿Fue una buena acción?
Lo único transparente es el saco.
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