viernes, mayo 06, 2005

Ella.

Estás sentada donde siempre te sentás. No prestás demasiada atención a nada, ni a las palabras que vas escribiendo en una ventana X. Tenías muchas cosas pendientes y para disiparlas te pusiste a hacer la menos importante. Una cosa que restar que no saca absolutamente nada del peso, pero te gusta hacer como que sí. No podés creer las pocas ganas que tenés de hacer todo lo que falta. Ni siquiera podés imaginarte haciendo eso que te crea pasión, pero ahora no te crea nada. Estás neutra, sentada, pero bien podrías no estar ni siquiera. Sos una mente en una habitación con música de fondo. Y es música que no escuchabas desde hacía mucho, la reconocés pero no querés. Así te mantenés más ajena y podés flotar mejor.
Pero de das cuenta de que te estás yendo y no te gusta. Querés volver, querés estar, pero cuando querés imaginar cómo es estar no te acordás nada. O sí, un poco. Y ese poco estar te da un profundo asco. Así que preferís seguir flotando aunque sabés que no puede ser nada bueno, porque nunca lo es. Te sentís observada, juzgada y sentenciada.
Ya volviste a temblar un poquito. Te asustás. Empezás a mirar fijo algo como si fueras a aferrarte a la habitación con las retinas. Te estás resbalando.
¿Qué hacés? ¿Tenés miedo? ¿Qué hacés?
Interrupción. Abren la puerta, dicen algo, contestás, caminás, salís, pero nunca dejaste de estar afuera. Caminás por el piso de la casa y sabés que no estás ahí tampoco. En lugar de pedir ayuda -y que te ignoren-, volvés. A cerrar la puerta, a la música, a seguir no estando. No te responde la mirada tampoco ahora. La vista fija es mucho pedir. Y temblás. Y creés que ese dolor de cabeza viene porque estás llorando [y podrías comprobarlo si pudieras entender que tenés una mano que puede fijarse si hay o no hay lágrimas].
Te vas alejando cada vez más hasta que ella te trae. No te deja mirarla nunca, pero te sabe. Desaprueba. Te mira. No te habla, nunca te quiere hablar. Igual sabés lo que está pensando, porque vos también lo pensás, porque la pensás, porque no hay forma de que ella piense sin que vos pienses. Está tan desprotegida que te da miedo. Y se acerca, así que tenés que mover rápido los ojos para no cruzártela. Querés mantenerla lejos, sabés que deberías poder pensarla lejos y ya. Debe haber una parte de vos a la que le encanta esto. Y es ella. Quiere tocarte el hombro. Pero amaga. Siempre es un simple amague. Te amagás, pensás que te amagaste. Se enoja porque de alguna forma notó que la estabas negando. La heriste, como siempre, la heriste. Volvés a sentirte culpable por herirla.
Y desaparece. Podés hacer foco, no podés entender cómo antes te sentías flotar, te duelen los ojos y necesitás un vaso de agua.
¿La extrañás?
Sabés que nunca deja de irse, por lo menos eso es constante.