viernes, septiembre 17, 2004

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¿Qué convierte un día perfectamente normal en un día gris?

Volviendo de comprar la entrada para ver a The Offspring, pasó junto a mí un auto de color azul verdoso que salpicó agua medio embarrada de la calle en mi ropa. "Esto... ESTO sí que es digno de un día gris" pensé. Claro, la situación trajo aparejada la reflexión acerca de todos los hechos que habían conformado mi día hasta ese momento y a la consecuente conclusión de que, ya a las 11 AM [aproximadamente] el día era declarado gris sin vuelta atrás.

Cuando salgo de mi casa veo en la esquina que el tráfico está cortado. Una bicicleta y un coche blanco son el centro de atención. Por lo que entendí de la escena, el auto había atropellado a un ciclista. Sigo caminando mirando hacia atrás [donde ahora estaba el coche] y apenas miro un segundo el asfalto de la calle que estaba cruzando. Ese instante alcanzó para ver algo raro, marrón y rojo. Un paso más adelante reacciono y vuelvo a mirar: una rata o ratón partido al medio. Fugaz recuerdo de Pinky [hamster, R.I.P.]. Sigo camino.

Hasta el momento no se veía ningún 12 en el horizonte, así que tenía todo el tiempo del mundo para caminar la cuadra que restaba hasta la parada. De la nada un 12 empieza a doblar la esquina. Corrí hasta alcanzarlo y subí. Más de la mitad del viaje parada y cuando por fin logro sentarme lo hago en uno de los asientos del fondo, irradiado por el calor del motor. Una sensación extraña se presenta, tal vez efecto del avistamiento del cadáver minutos antes, una sensación que recuerda a Bariloche en esa maldita noche del desmayo. La presión se me debe haber ido al piso, todo estaba borroso, sentía presión en la nuca y un cosquilleo en los dedos. Me mantuve moviéndome hasta que fue momento de bajar.

Llego a la puerta del colegio, pido la hora, 10 y cuarto. Bien, Nico no estaba en la puerta y seguramente no estaría después tampoco. Entré a fijarme por las dudas. El pelado de la entrada me primerió diciendo "buen día" como si yo no se lo hubiera dicho sin que me lo recordara. Un chequeo rápido. No, no estaba. Salgo y decido esperar hasta y media leyendo el apunte de economía. Salen personas que se empiezan a empujar al lado mío. Suficiente tiempo esperando, voy a comprar mi entrada. "voy caminando" pienso. Al llegar a Córdoba decido que será mejor tomar el 132 como estaba planeado.

Obviamos el viaje en colectivo. Me bajo a metros del Locuras y entro muy feliz a buscar mi entrada. "¿Cuánto es?" "Treinta pesos"..... "¿TREINTA?"... "Sí, treinta". Habiendo llegado hasta ese punto, no iba a desperdiciar los 40 centavos de ida al colegio, 80 hasta el Locuras [habiendo resignado ya 3 pesos de gastos administrativos]. Entre $28 y $30 estaba mi salud mental. Pagué y salí del local.

"Ahora sí, me vuelto caminando. Encontremos Rivadavia". Dos cuadras y estaba sobre Rivadavia. Me dispuse a caminar hasta Congreso para luego tomarme el 12 ahí pagando 40 centavos. A las 3 cuadras decidí que ni esos 40 centavos iba a pagar [esto ya parece demasiado tacaño de mi parte, pero vale aclarar qaue mis padres creían que la entrada salía $25 y no estaba a gusto con ese número. Había que esconder el excedente de alguna manera].

Con el sudor que recorría mi frente no sólo llegué a Congreso, sino que triunfalmente había llegado a Belgrano. Una cuadra después, el coche pasaba y me hacía recordar todo lo anterior como triste, feo y gris. Debían ser las 11 y ya todo esta dicho por hoy.

Llegando a casa Nadia me pregunta cómo me fue y no escucha la respuesta. Mi papá me trata de egoísta por no querer salir a comprar fideos.

Está todo dicho.

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